martes, 14 de noviembre de 2017

Estado nacional, competencia internacional y combinación internacional de capital en la CEE

Se ha convertido ya en un tópico el cambio fundamental acontecido, andando el tiempo, en las relaciones entre la burguesía rica y el Estado. La época del laissez faire, laissez passer queda ya muy atrás. En la actualidad no es posible imaginar la permanencia de las estructuras económico-sociales capitalistas sin una intervención estatal creciente y continua en la economía. Tal intervención trata no sólo de suavizar, como acabarnos de insinuar, las tensiones de la sociedad mediante reformas sociales y la atenuación de la miseria más extrema (indudablemente, con el fin de proteger y fortalecer el orden establecido y la propiedad privada capitalista en él basada)[1]: pretende asimismo asegurar de manera directa los beneficios de los niveles decisivos del gran capital. El Estado —ya lo hemos demostrado en otros lugares— va transformándose más y más en el fiador directo de los beneficios de estas clases monopolistas u oligopolistas [2]. 

1 Dondequiera que se produce una oposición entre los objetivos del Estado paternalista y esta consolidación de la propiedad privada del gran capital, el Estado burgués favorece siempre, en definitiva, las conveniencias capitalistas. En la actualidad estamos presenciando un ejemplo de esta tendencia básica : en la práctica, todos los gobiernos de la Europa occidental han sacrificado el objetivo del pleno empleo —base, como se dice, del Estado paternalista— a la conveniencia de retardar, mediante recesiones provocadas artificialmente, el ritmo del incremento de los salarios y de consolidar otra vez la «disciplina de trabajo». 
2 Acerca de las diversas formas de esta garantía estatal de los beneficios del gran capital, véase nuestro Traité de éconornie marxiste, vol. II, págs. 149-163, ya citado. 
Jean-Jacques Servan-Schreiber, como buen ideólogo del neo-capitalismo, descubre ahora por su parte en su obra ya citada La défi américain, pág. 171, que Europa necesita un poder estatal «para promover y garantizar» industrias de dimensiones europeas. 

La disensión interior del gran capitalista contemporáneo —cosmopolita ciudadano del mundo en ciertos casos y en otros, nacionalista empedernido o europeo patriotero— responde, pues, a la citada y muy concreta contradicción entre el impulso objetivo hacia la evolución, o sea la tendencia creciente de las fuerzas productoras a adaptarse a las violentas oscilaciones hacia la combinación y la acumulación de capital, y el conjunto de relaciones sociales entre las distintas fuerzas, que condiciona una progresiva independencia del capitalismo respecto de la intervención directa del Estado. En parte alguna resulta más evidente esta contradicción —tanto en sus fundamentos objetivos, que en ningún modo deben ser confundidos con el humor particular de un abuelo, como en su falta de solución— que en la ideología singular, método  específico según los cuales trata el general De Gaulle los problemas de la integración y de la lucha competitiva entre Europa y Estados Unidos. 

Indudablemente, ciertos aspectos de la ideología gaullista respecto de Europaconcuerdan con características y debilidades concretas del gran capital francés, quien, como su congénere alemán, necesita verse protegido por barreras institucionales y arancelarias contra la competencia del capital británico, japonés y norteamericano. Sin embargo, su aproximación al problema del Mercado Común fue ya de buen principio defensiva y no ofensiva, contrariamente a la del gran capital de la República Federal Alemana; la perspectiva de una ampliación del Mercado Común a toda la Europa occidental o incluso a una «zona atlántica de libre cambio» provoca en el gran capital francés verdaderas angustias mortales, en tanto que su Congénere de la República Federal Alemana, Por motivos muy explicables [3], considera sin contrariedad alguna la citada perspectiva.

3. Las diferencias entre las cifras de exportación correspondientes a la República Federal Alemana y las referentes a Francia lo explican fácilmente : en 1955, Francia exportó mercancías Por un valor total de cuatro mil ochocientos millones de dólares, cifra que en la República Federal fue de seis mil cien millones en 1966, habrá aumentado hasta diez mil novecientos millones de dólares pen millones ara Francia y veinte mil cien de República Federal; en el mismo año, las exportaciones Para la este último país a Estados Unidos triplicaron las de Francia. ,Aún más evidentes son las cifras que siguen: en 1965, Estados Unidos exportó maquinaria y vehículos por un valor total de diez mil millones de dólares; el mismo año, las exportaciones de la República Federal Alemana por los mismos conceptos llegaron a ocho mil doscientos millones y en 1966 aumentaron hasta nueve mil doscientos millones (para una población que no alcanza ni tan sólo un tercio de la de Estados Unidos), mientras que las exportaciones francesas de la misma categoría pasaron de dos mil seiscientos millones de dólares en 1965 a tres mil millones en 1966.

Muchos de los criterios en apariencia temperamentales defendidos por De Gaulle en cuanto a la misión del Estado nacional en la vida económica no son, en definitiva, más que racionalizaciones disimuladas de una situación concreta: la realidad en virtud de la cual el capitalismo francés sólo puede librarse de la violenta crisis económico-social posterior a la segunda guerra mundial con la creación de un sector económico intensamente nacionalizado una programación de la economía bastante amplia incluso en relación con las condiciones contemporáneas del capitalismo [4]. 

4. Acerca de ello, véase, entre otros: Pierre Naville, La classe ouvrière et le régime gaulliste, Études et Documentation internationales, París, 1964; Serge Malles Le Gaullisme et la Gauche, Editions du Seuil, París, 1965.

Además de estos aspectos concretamente franceses del gaullismo, tal ideología tiene dos características más generales que hallan asimismo un profundo eco en la burguesía rica de los otros países de la CEE.  

Es una de ellas el intento de superar una sumisión demasiado pasiva a las pretensiones de hegemonía político-militar de Estados Unidos en el ámbito de la alianza capitalista mundial, a fin de lograr una relación equilibrada con el aliado y protector principal, que al mismo tiempo es también, no obstante, el competidor más poderoso. Se trata, en definitiva, del intento lógico de aplicar a los campos de la política mundial y del poder militar las variaciones de la relación interimperialista de fuerzas que se han producido en el ámbito de la economía. La crisis de la alianza atlántica responde a una realidad: la preponderancia político-militar de Estados Unidos en el marco de tal coalición no concuerda ya con la relación de fuerzas establecida en el terreno económico entre las grandes potencias capitalista. La oposición «general» de los países capitalistas de Europa —incluida la República Federal Alemana— al tratado con el que se pretende impedir la proliferación de armas atómicas es la expresión de la negativa a garantizar a Estados Unidos un predominio militar «absoluto» ya no de acuerdo con su preponderancia económica, sólo «relativa». 

La otra característica de la ideología gaullista, cierta desconfianza respecto de la eurocracia bruselesa de la CEE, ha encontrado asimismo un eco general entre la burguesía del occidente europeo. La comisión de la CEE y las entidades que de ella dependen no son todavía un Estado propiamente dicho [5]. La burguesía rica de nuestro tiempo, en cambio, necesita un Estado real que garantice sus intereses cotidianos, y por ello revela una comprensible tendencia a defender encarnizadamente la soberanía del Estado nacional contra el poder supra-nacional, todavía en germen, de los organismos la CEE. A veces, la desconfianza mencionada se concreta en simples regateos en torno a ínfimas ventajas concedidas a la burguesía rica de un país determinado (se procura «recuperar» allí los cien millones «perdidos» aquí). En otros casos, tal postura asume el aspecto de una norma más general, llamada por Etienne Hirsch, ex presidente del Euratom, principio del «retorno legítimo» [6]. En definitiva, se trata siempre de la inquietud por el todavía muy incierto y hábil equilibrio social de los propios países respectivos, del afán de eliminar de la «realidad Nacional», tanto como sea posible, nuevos focos de crisis y temas inflamables. 

5. A pesar de ello, estuvo muy cerca de contar con una cae las características fundamentales propias de un Estado —la soberanía financiera, concretamente— cuando el Plan Mansholt  sobre política agraria conjunta establecía, a partir del 1 de enero de 1972, unos ingresos anuales propios superiores a los dos mil millones de dólares, que la hubiesen independizado financieramente de las contribuciones de los Estados miembros. Ello motivó una encarnizada oposición de Du Gaulle al Pian, lo cual provocó la gran crisis» de la CEE del verano de 1965. 

6. Etienne Hirsch explica este principio en un articulo publicado en el número del periódico Le Monde correspondiente al 25 de noviembre de 1966. Se trata, en definitiva, de la preocupación de cada Estado por recuperar en forma de pedidos para 5u economía o de realizaciones en el propio país las sumas aportadas a las empresas europeas conjuntas. Ese principio ha llevado el Euratom a una crisis. 

En esencia, así razona el gaullisrno. Ello le conduce a una contradicción no superable, por desconocimiento de la condición previa necesaria para una autodefensa potencial eficiente de la economía capitalista de la Europa occidental contra el coloso ultramarino: la progresiva e inevitable concentración y combinación internacional de capital en el marco de la CEE y del occidente europeo. La pretensión de luchar eficazmente en la pugna contra los combinados norteamericanos con medios puramente—franceses (o bien estrictamente italianos, o sólo de la República Federal Alemana) es mera utopía. La repugnancia de la «enajenación» del conjunto del aparato «nacional» de producción mediante la fusión de sociedades «nacionales» con otras pertenecientes a los restantes países de la CEE, por ejemplo, conduce, en muchos y cada vez más numerosos casos, a la inevitable absorción de aquéllas por sociedades norteamericanas. 

Respecto de ello, el caso de la Machines Bull es una evidente muestra. Ni aún los recursos conjuntos, de la industria electrónica francesa pueden llegar a constituir una empresa capaz de competir en el ámbito de las calculadoras electrónicas. Lo conseguiría, no obstante, la fusión de las principales empresas de Holanda, Francia, Italia y la República Federal Alemana. El dilema, pues, no era: sociedad «francesa» o «absorbida por extranjeros». En realidad, había de ser planteado así: «la sociedad se une con otras empresas europeas parecidas o bien será absorbida por Estados Unidos». La aversión de De Gaulle a la «supranacionalidad», es la mejor de las armas que hoy se hayan al servicio del gran capital norteamericano en la Europa occidental [7]. 

7. Los perjuicios ocasionados por la política gaullista en el campo de la industria electrónica tuvieron, una secuela político-estratégica: el monopolio norteamericano de las grandes calculadoras electrónicas, así favorecido, permitió que Washington intentara retrasar la fabricación ¿e una bomba de hidrógeno francesa prohibiendo temporalmente la exportación del cerebro electrónico mas poderoso, el Control Data 6600. a Francia (véase Le Monde, 20 de mayo de 1966).

En tal sentido, la opinión de Serge Mallet, según la cual De Gaulle personifica las fuerzas relativamente del capitalismo estatal en lucha contra la absorción de un número creciente de ámbitos del capitalismo privado francés Por el capital norteamericano (Socialisme et Tecnocratie, en Tribune socialiste, núm. 352, 14 de diciembre de 1967), inducirla a concluir forzosamente que el «capitalismo estatal está perdiendo poco a poco esta pugna. Sin embargo, la tesis de Mallet nos parece muy discutible nos referiremos de nuevo a ella en el curso de este ensayo.

Hemos dicho que la burguesía rica precisa hoy la cotidiana intervención del Estado en la sociedad y en la economía para poder preservar la propiedad privada, amenazada cada más por tensiones internas. No obstante, el radio de acción del Estado burgués debe de concordar con el de las posibilidades y circunstancias de la producción. En tanto los principales medios productores de un país sean propiedad de la burguesía rica autóctona, el Estado nacional será un adecuado instrumento de autodefensa del gran capital. En cambio, cuando esta situación empieza a modificarse, cuando se introduce una tendencia progresiva a Ja combinación y al entrelazamiento internacionales de la propiedad capitalista, el Estado nacional deja de ser un instrumento eficaz para la defensa de los intereses de este gran capital progresivamente internacionalizado. Entonces se revela necesaria una nueva forma estatal que responda a la nueva realidad social y económica. Tal es la oportunidad histórica de las instituciones supranacionales europeas. 

Sin embargo, queremos decir todavía algo más. En la actualidad, esas instituciones —la «Comisión europea» en primer lugar— equivalen sólo a una delegación de soberanía que los Estados nacionales han medido muy estrictamente, asegurado con tratados y limitado con gran celo; en el mejor de los casos, equivalen a la realidad de una estrecha «federación estatal». Se hallan todavía muy lejos de la formación de un «Estado federal». 

Sea corno fuere, cuando la combinación internacional de capital en el marco de la CEE ha progresado ya tanto que una parte muy notable de los grandes medios de producción y de renovación de existencias no es propiedad particular de la burguesía rica de cada nación, antes bien ha pasado a pertenecer a capitalistas de diversos países europeos, se establece una imperiosa presión en favor de un nuevo Estado capaz de defender con eficacia esta nueva propiedad privada. Sin duda alguna, la pro-piedad particular convertida así en internacional no puede ser ya defendida con eficiencia en el marco del Estado francés, en el del italiano o en el del alemán occidental. La propiedad capitalista «europea» exige un Estado burgués también «europeo» como adecuado instrumento de promoción, garantía y defensa. El progreso de la combinación internacional de capi-tal en el ámbito de la CEE reside, pues, en el establecimiento de un número más considerable de empresas y bancos propiedad no ya de ningún gran capital «nacional» concreto, sino de los grandes capitalistas de algunos o de todos los países miembros de la CEE: tal es el proceso creador de la infraestructura material necesaria para la existencia de «organismos estatales» supranacionales efectivos en el Mercado Común. Actualmente nos hallamos tan sólo en los comienzos de este proceso. De ahí las debilidades propias de la forma todavía embrionaria de los organismos supranacionales en el marco de la CEE, y asimismo el celo con que los gobiernos de los Estados nacionalistas rechazan cualquier nuevo derecho de tales organismos y, a veces, tratan incluso de oponerse, y no sin éxito, a los derechos que les había garantizado ya el Tratado de Roma. Hoy, la in-mensa mayoría de la propiedad capitalista de cinco países de la CEE sigue hallándose en manos «nacionales» [8]; la Europa occidental no ha superado aún la etapa del gran capital «nacional» y del Estado nacionalista. Por ello, y pese a la superación de la crisis de 1965 [9], todavía es muy pronto para considerar definitivamente asegurado el futuro de la CEE. 

8. Debemos citar aquí, no obstante, una excepción, concretamente la del pequeño país de Luxemburgo, cuyas grandes industrias (los combinados ARBED y NADIR, de la rama del acero) están controladas por un grupo financiero luxemburgués y dos extranjeros (del francés Schneíder y el belga Société Générale). 

9 Sin embargo, la superación de esta crisis en el sentido de una consolidación de la CEE dependía necesariamente de la realidad económica; lo previmos ya con acierto. El gran capital francés no podía provocar la ruina de la CEE. Durante la primera parte de las elecciones presidenciales, De Gaulle pudo vislumbrar ya el peligro, y dedujo de ello las consecuencias que podían afectarle. Para comprender esta vinculación del gran capital francés a la CEE basta saber que durante el período 1958-1966 cuadruplicó las exportaciones de Francia al Mercado Común, circunstancia que supone un ritmo de crecimiento superior al de los otros Estados miembros de la CEE. En 1953, las exportaciones francesas a los países de esta Comunidad integraron el 22,1 % del total nacional; en 1966 alcanzaban ya el 4 2 %.

No obstante, va acercándose el momento de la dura prueba. En el curso de este ensayo hablaremos de él nuevamente y lo concretaremos. De todas formas, algo hay indiscutible: el creciente afán de enfrentarse a la competencia norteamericana, manifestado claramente no sólo por «potencias estatales capitalistas autónomas» si no también por los principales combinados de la Europa occidental, la progresiva consolidación de la CEE y el paso cada más considerable de los organismos estatales supranacionales en el marco de esta Comunidad son procesos perfectamente paralelos; se trata sólo de expresiones diversas de una única tendencia económica fundamental: la progresiva combinación internacional de capital en el ámbito de la CEE. En tal aspecto, las citadas expresiones revelan el tránsito de esa Comunidad desde el primer escalón, el de la zona de libre cambio, hasta el desarrollo de una «integración» económica propia; de igual modo, por ello mismo sólo podrían dejar de producirse definitivamente por la ruina de la CEE y el retorno al nacionalismo económico, o sea a un sistema proteccionista. La actual situación híbrida sólo puede persistir durante pocos años. Al final desembocará forzosamente en una de estas dos salidas.  

Por tal motivo, las acusaciones que tachan de agentes de Estados Unidos o incluso de instrumentos inconscientes de un complot norteamericano a los portavoces o hasta a los miembros de los «organismos supranacionales» carecen de todo sentido y, parecen va recusadas difíciles por la historia. Las difíciles negociaciones de la ronda kennedy del GATT en Ginebra han demostrado claramente hasta qué punto la actuación conjunta del capital del occidente europeo (en este caso únicamente el de los seis Estados miembros de la CEE) permite una pugna competitiva más eficiente contra el capital norteamericano, y cómo las corporaciones .supranacionales» de la Comunidad pueden facilitar o dirigir este progreso mancomunado [10]. Únicamente la diversidad de conveniencias del capital debidas al nacionalismo estatal puede debilitar este frente común. Sin embargo, tales divergencias desaparecen o, por lo menos, retroceden cuando las combinaciones internacionales de capital establecen una comunidad de intereses.  

    10  Sin duda. la misión actual de las «corporaciones supranacionales, dondequiera que se esté lejos todavía de una infraestructura material tiene un carácter predominantemente ideológico. Con frecuencia, esto puede provocar decepciones respecto de las tendencias evolutivas reales. No obstante, como cualquier institución, se muestran asimismo inclinadas ante todo a asegurar sus propias existencia y continuidad. Y ello. en definitiva, implica un incremento de la combinación internacional de capital en el marco de la CEE, o sea una acentuación de las conveniencias particulares del gran capitalismo del occidente europeo, distintas de las del capital norteamericano. Acerca de ello. véase lo dicho por Robert Lacourt, presidente del Tribunal Europeo, en el curso de un coloquio celebrado en París el 26 de octubre de 1967 (Le Monde, 29-30 de octubre del mismo año). 

Como es natural, cada uno de los casos concretos de la pugna entre ambas tendencias —la de la creciente combinación internacional de capital y la que se aferra a la propiedad capitalista de carácter nacional—  encierran más o menos unas tensiones precisas de intereses correspondientes a los diversos ámbitos, sectores industriales y grupos financieros del gran capital «nacionalista« de cada país. Las distintas agrupaciones políticas, ideologías y motivaciones sentimentales y pasionales ayudan a disfrazar este conflicto de intereses. Algunos de los combinados más débiles y pasivos, sobre todo en los sectores de menor expansión, y algunas empresas familiares incapaces de Mejorar una situación mediocre, prefieren a menudo, como solución más fácil, la venta o la incorporación a los grandes combinados norteamericanos. En cambio, las empresas europeas más audaces, ricas y dinámicas siguen, cada día, en mayor número y más intensamente, el camino europeo de la cooperación la combinación de capital. 

En definitiva, no hay otra solución: se impone de manera general la tendencia a la combinación internacional de capital, con la posibilidad de éxito en la pugna competitiva contra el capital de Estados Unidos, o bien la CEE retrocederá hacia un mezquino nacionalismo económico [11], y el gran capital norteamericano inevitablemente, dominará poco a poco el sistema capitalista mundial.  

11. La Certeza de tal afirmación está demostrada por una relajación de la industria europea la amenaza de un aumento arancelario contra los productos de Estados Unidos con motivo la peligrosa negativa de los competidores norteamericanos a aplicar la supresión del American selling price prevista en la ronda Kennedy. La depreciación de la libra esterlina ha destacado asimismo el riesgo del retorno de muchas potencias del occidente europea al nacionalismo económico. Si Francia viera estancadas sus exportaciones, no quedaría excluida la posibilidad de una nueva depreciación, la del franco, ni tampoco la de una consiguiente reacción en cadena 

Los principales combinados del occidente europeo tienen tal conciencia de este dilema que allí donde la hacienda pública se niega a participar en el campo de la cooperación europea y los gobiernos no llevan al terreno de la realidad las promesas contenidas en los tratados, se aferran a la autonomía de recursos, y acuden a la opinión pública, al par que, también de manera directa, ponen en funcionamiento iniciativas propias. El ejemplo de la exploración espacial y del sistema de comunicaciones mediante satélites artificiales resulta muy característico al respecto. 

Los proyectos europeos ELDO y ESRO, destinados a la investigación espacial, atraviesan una crisis que en definitiva reconoce las mismas causas que la del Euratom, o sea la obstinada aplicación del principio del «retorno legítimo» por los diversos gobiernos que participan en tales proyectos. Por ello, los 150 combinados de Gran Bretaña. Francia, República Federal Alemana, Italia, Suiza, Suecia y Holanda, que establecieron una unión llamada Eurospace, en noviembre de 1967 publicaron una memoria en favor de la constitución de un sistema regional europeo de telecomunicaciones mediante satélites artificiales. Defienden, además, la creación de un «organismo europeo del espacio», imitación de la NASA norteamericana, y en su día se adoptaron las medidas necesarias para que el citado sistema pudiera funcionar hacia fines de 1969; de otro modo, cabria contar con el riesgo de largos años de dominio norteamericano en todo el conjunto de las telecomunicaciones mundiales a través del espacio [12]. 

Mientras tanto, y pese a la crisis del Euratom, la sociedad belga Belgonucléaire, que agrupa 28 empresas de Bélgica, ha establecido con los grupos Siemens-Interatom, de la República Federal Alemana, y Neratoom, holandés, un acuerdo para la construcción de un reactor nuclear «rápido» común. La Belgonucléaire colabora, también, con el Nuclear Power Group Ltd. británico en la venta conjunta de varios reactores [13]. Y a pesar de todas las discusiones sobre el ingreso de Gran Bretaña en la CEE, el Eurocontrol, o sea la sociedad europea destinada a velar por la seguridad de la navegación aérea, ha decidido establecer en Francia un centro de elaboración de datos, que será construido conjuntamente por el combinado británico Marconi, la sociedad francesa Compagnie Internationale pour l'Information, la Standard Electric Lorenz, de la República Federal Alemana, y la sociedad belga Sait Electronics.

   12 AGEFI, 16 de noviembre de 1967; The Times, 13 de diciembre de 1967.
  13 La Libre Beigique, 23 de noviembre de 1967; AGEFI, 7 de diciembre de 1967. Expresión de esta crisis del Euratom es, sin duda, la realidad de la sustitución de la proyectada empresa franco-alemana productora de energía atómica, que había de ser instalada en Alsacia, por dos centros de energía nuclear separados (y antieconómicos), uno de Francia y otro de la República Federal Alemana, establecidos respectivamente en Alsacia y Badea. 

 Resulta, pues, muy evidente la orientación de la tendencia de los combinados más importantes, que, mediante la adopción de iniciativas internacionales propias y el establecimiento de sociedades conjuntas de carácter asimismo internacional, tratan de provocar una ruptura dondequiera que la actuación indecisa de los gobiernos nacionalistas, con el estancamiento o el retroceso consiguientes, ha cerrado el camino hacia la integración económica europea. 

Y lo hacen particularmente porque, debido a la falta de combinación europea de capital, el establecimiento de la CEE, paradójicamente, favorece más los combinados norteamericanos que las empresas nacionalistas del occidente europeo [14]. 

14. Ello supone, en realidad, una doble paradoja, por cuanto uno de los motivos principales que inducen a los combinados norteamericanos al establecimiento de tantas filiales en el ámbito de la CEE es concretamente el deseo de eludir los aranceles aplicados por la Comunidad a los países no miembros.

En efecto: no hay obstáculo alguno procedente del Derecho Mercantil que impida la centralización de las filiales norteamericanas en la Europa occidental, se trate de sociedades holding domiciliadas en Luxemburgo o de centrales «técnicas» localizadas en Ginebra o Bruselas. La rápida expansión de los bancos norteamericanos en el occidente europeo favorece tal centralización", en virtud de la cual los combinados de Estados Unidos actúan hoy en el conjunto del campo europeo más que sus competidores pertenecientes propiamente a esta área; y el gran poderío financiero así originado llega a planear proyectos que amenazan a los principales combinados europeos, como los intentos —hasta ahora evitados— de absorción de la industria italiana más importante, la Fiat, por la General Motors y de la principal sociedad anónima belga, el combinado petrolero Petrofina, por un colega norteamericano. 

5 The Times, 9 de mayo de 1967, 1 de diciembre de 1967,

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta, opina, discute